Instituto de Desarrollo Infantil y Centro Bérard de Reeducación Auditiva

LECTURA A EDAD TEMPRANA


AUNQUE NO LO CREA, LOS BEBÉS APRENDEN A LEER

Hay hechos, cosas y seres que nos dejan boquiabiertos. Mucho más nos asombrarían, si no fueran frecuentes.

El bebé recién nacido es un prodigio, que no nos cansamos de admirar. Si sólo naciera uno de vez en cuando, causaría tanta maravilla, que tendríamos tentaciones de adorarlo. En cambio, como todavía nacen bastantes, contemplamos con cierta frialdad lo que constituye un continuo milagro.

Consideremos, por ejemplo, el lenguaje. ¿Cómo lo aprende? ¿Quién se lo enseña? Es un misterio. Los padres nos limitamos a hablarle, aun sabiendo que no entiende nada. De pronto, un buen día, nos demuestra que comprende alguna palabra y, después, más y más hasta que se pone a hablar y le comemos a besos y sentimos una deliciosa sensación por todo el cuerpo. Nos hace gracia, nos agrada el suave cosquilleo de su vocecita en los oídos. Además, significa que no es sordo ni mudo, que puede expresar deseos y sentimientos, que está adquiriendo una de las funciones principales del ser humano.

El lenguaje oral es, pues, muy importante; también lo es el lenguaje escrito, indispensable para la escuela y para la vida. Sin escribir, apenas se puede sobrevivir; sin leer, se cierran tantas puertas, que equivale al suicidio social.

Sería estupendo que el bebé llegara a dominar el lenguaje escrito igual que el oral: de forma natural, sencilla y relajada. Qué fabuloso sería, si un niño de tres años pudiera leer igual que habla, con la misma soltura y facilidad, con el mismo gusto e interés. ¿Podrían las madres hacer algo en ese sentido? Si las madres, que consiguen que todos los niños del mundo aprendan una lengua, conocieran algún método parecido para enseñar a leer bien a sus hijos, lo seguirían con gusto y tendrían un éxito parecido.

Pues existe. Lo inventó un médico norteamericano llamado Glenn Doman y nosotros ayudamos a entenderlo y a practicarlo en nuestro libro Leer bien, al alcance de todos (Biblioteca Nueva 2003). Se trata de un juego muy divertido. Lo mismo que el cerebro del bebé es capaz de comprender la palabra que le llega a través de los oídos, así puede comprender también la palabra a través de los ojos. Le decimos palabras cariñosas en voz alta, seguros de que, poco a poco, irá entendiéndolas. También podemos mostrarle palabras escritas en grandes caracteres de color rojo sobre un fondo blanco para que resalten. Al niño no se le explica nada, no tiene que entender ninguna regla, ni juntar letras. Se trata sólo de hablarle de otro modo. ¿Es que le damos lecciones de gramática cuando le enseñamos a hablar? No; nos limitamos a decirle cosas con entusiasmo y cariño. Pues en la lectura es igual, pero mucho más fácil que en el lenguaje oral. Con menor dedicación, se llega a un nivel mucho más alto.

Algún lector dirá: "Suponiendo que me lo crea ¿para qué hacerlo? Ya le enseñará la maestra". Lo mismo podría decirse del habla. Todos ven con claridad que un retraso notable en el lenguaje es perjudicial, no sólo por el retraso en sí, sino también por haber desaprovechado los años más favorables. De modo que nunca podría alcanzar el niño el mismo nivel que por el método habitual. Pues eso pasa también con el lenguaje escrito, aunque nos parezca distinto.

La mayoría de los padres confían ciegamente en la escuela. Creen que, allí, todos los niños aprenden a leer. Ignoran que cuatro de cada diez niños aprenden tan mal, que son incapaces de entender una página, no digamos un capítulo o un libro entero, y fracasan en los estudios. No alcanzan el graduado escolar, salvo algunos que lo consiguen tras largos años de sufrimiento. Luego, cuando dejan el cole, no vuelven a leer y se convierten en analfabetos funcionales

Se ha comprobado que el niño puede aprender a leer al año de edad mejor que a los dos años y, a esta edad, mejor que a los tres años y así sucesivamente. Le resulta más fácil y divertido cuando es pequeñito; a los tres años, puede leer como habla o como respira y se convierte en un ávido lector.

Esa es la clave, aunque el método también marca la diferencia. Sólo diré una palabra sobre él: tome usted cinco palabras de una misma categoría, por ejemplo: cabeza, nariz, ojo, mano y pie. Escríbalas con un rotulador rojo muy grueso con letras similares a las de imprenta, en minúscula, con trazos gruesos y en tamaño muy grande.. Enséñeselas al niño a la velocidad del rayo en menos de cinco segundos, tres veces al día, sólo cinco días. Cree antes y después un clima de alegría y entusiasmo para ambientar este divertido juego. Queda garantizado que, en adelante, reconocerá esas palabras sin titubeos. El único riesgo es que quince veces sean demasiadas para él o que la velocidad sea insuficiente y se aburra. De no ser así, contará usted todos los días con el alumno más entusiasta del mundo.

Desde el día de su nacimiento, el bebé disfruta descubriendo lo que le rodea, captando y emitiendo sonidos, dilatando y reduciendo las pupilas, distinguiendo con creciente claridad las siluetas de los objetos y las imágenes. Son formas de adquirir y perfeccionar habilidades muy valiosas mientras se divierte. Una de ellas tiende al desarrollo del área visual del cerebro, que un mal lector tiene poco desarrollada. De paso, el niño va distinguiendo algunas palabras escritas; luego, expresiones de dos o tres palabras; más tarde, frases cortas, etc. En suma, va aprendiendo a leer en el momento más oportuno y con el método más adecuado y, así, se vacuna contra el aburrimiento y contra la epidemia del fracaso escolar.
Prueba y te llevarás una grata sorpresa. Cuenta con nuestra ayuda.


© Víctor Estalayo - Rosario Vega



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